miércoles, 23 de abril de 2014

El vampiro que nunca pudo cambiar y el hada que creció hasta el infinito

Había una vez un hada amable al que todos querían. Siempre daba todo lo que tenía y ayudaba a los demás sin pedir nada a cambio.

Un día, mientras volaba entre las flores, encontró a un murciélago herido. El hada sin pensarlo fue a socorrerlo. Pasaron los días y el murciélago cada vez se sentía mejor, pero jamás dio las gracias.

El hada, aún con los golpes que la ingratitud le daba, nunca dejó de prestar su mano a quien la necesitase, pero poco a poco se iba apagando. El murciélago “chupa-sangre” le robaba ese carisma que lucía tan alegremente, pero de eso solo se daba cuenta su interior, sus sentimientos y su alma.

Todo acabó cuando el hada decidió poner fin a esa realidad. Un campo de amapolas le esperaba para empezar una nueva vida alejada de la negatividad, el inconformismo, la falta de educación y de cariño que aquel pobre murciélago desprendía.

Con los años, el murciélago logró acomodarse y ser un murciélago toda su vida. Jamás aprendió a valorar. Era tan temida su actitud que nadie se atrevía a corregirla por miedo al desprecio. El hada, sin embargo creció, recuperó su positivismo, recargó su energía y llenó a todos los que la querían de cariño y buenas sensaciones.


Así es. Que nadie agote tu energía. Que nadie robe tu positivismo. Que nadie controle tus sensaciones. 

Que la vida es un campo erial y tú decides que sembrar en él.

lunes, 7 de abril de 2014

La bella historia de amor entre Julia y Sir Gallus Domesticus

Las 9:30 de la mañana. Un sol grande y radiante le despertó. Como cada sábado tras levantarse Julia da los buenos días a Michu, su acompañante de piso. Prepara café con leche desnatada y tostadas con margarina y mermelada de fresa light, y le sirve a Michu su latita preferida de trucha y zanahoria. Su inseparable taza sabadeña, que luce un patito amarillo, le acompañaría en la mesa. Hoy desayunaba en la terraza. Al terminar le pareció buena idea furmarse un cigarro antes de recoger. Hoy estaba contenta. Algo iba a cambiar.

¡Oh no! El lavavajillas está limpio. No importa, luego lo recogerá. De camino a la habitación, en el pasillo, encontró una pelusa que guardó en el bolsillo de su bata para luego tirarla a la basura. Con un gran giro de muñeca retiró las sábanas y después abrió la ventana para ventilar aquel olor a sueños.

Después abrió el armario. Hoy le apetece algo deportivo. Unas mallas moradas, una camiseta de tirante cruzado, su sudadera preferida y las zapatillas nuevas. ¿Y el pelo? Una coleta bien alta que deje ver los pendientes, y cacao en los labios tras lavarse los dientes. En marcha.

Hoy toca hacer una buena compra. Los armarios están medio vacíos. Termina de echar un vistazo a la lista de la compra y apunta un par de cosas más en ella. Vaya. El boli se ha acabado.

¡Uy! Las bolsas. Ahora sí. Cierra la puerta con llave y se dirige hacia el ascensor. Monta en su coche, lo arranca y se pone las gafas de sol.

Mira el aparcamiento. Hay mucha gente comprando. Coge una moneda de cincuenta céntimos de la cartera con destino la ranura de un carro. Hoy llenaría más de una cesta. Emprende su marcha por los pasillos recién fregados por esa máquina que parece una mezcla entre un cambiador de bebés mecanizado y una barca a pedales y que maneja alegremente uno de los trabajadores de la empresa como si galopase a lomos de Jolly Jumper, aquel caballo que decían era el más listo del mundo.

Añade varias cosas al carro que no figuraban en la lista. Olvidó anotarlas pero son necesarias. Dobló la esquina y de pronto allí se encontró con él, como cada dos semanas. Julia no le quitaba ojo. Su corazón palpitaba cada vez más rápido. No sabía qué hacer. ¿Le estaba sonriendo? A ella le parecía que sí. ¿Y si le invita a casa? Está sola, tiene todo recogido y tiempo suficiente para preparar la comida. Seguro que a Michu no le importa. Sí, decidido. Lo hizo. Le invitó. Sólo espera no sentirse mal después.

Ya en casa. Deja las bolsas en el suelo de la cocina y se dispone a encender el horno. ¿Cuál será el menú de hoy Julia? Estaba plena. Se sentía feliz. Por fin se decidió a invitarle a casa. Qué ganas de verle tranquilamente y sin pensar más que en disfrutar de él. Solo le vé en el supermercado, sin arreglar.

Cuanto tarda. Había quedado con él a las 14:30h. Ella ya estaba lista. La mesa preparada. No solía beber pero compró una botella de vino para la ocasión. Las 15:00h. Un sonido agudo e intermitente avisa de que Sir Gallus está listo. Por fin. Los nervios de la espera merecerán la pena cuando Julia deguste aquel plato con el que soñaba por las noches. A la mierda la dieta. Tanto sufrimiento y jamás se valorará mi trabajo como se merece. Cuántos piensan cada día como Julia. Será un secreto entre Michu, Sir Gallus y ella. Nadie de la Agencia puede enterarse de esto. Será un secreto personal. Qué sería la vida sin secretos, sin misterios, sin sigilo. Julia intenta autoconvencerse con ayuda de Ralph Waldo Emerson. “La confianza en sí mismo es el primer secreto del éxito”. Su éxito de hoy es haber disfrutado de un pollo asado con patatas panaderas y un vino navarro que le llamó mucho la atención en el colmado donde compró. Pero Julia no podría vivir en silencio. ¿Por qué ocultarlo? Todo es compatible, sólo hay que encontrar la fórmula y querer buscarla.


Lo consiguió. Seguramente volvería a repetir una escena así, pero esta vez con un bistec que le hace ojitos desde la cámara de la carnicería. No quiere perderse aquellos pequeños placeres con los que tanto disfruta y que se magnifican por las noches para recordárselo. Todo el mundo debería aprender a valorar esos detalles. ¿Y tú? ¿A qué huelen tus sueños?