Las 9:30 de la mañana. Un sol
grande y radiante le despertó. Como cada sábado tras levantarse Julia da los buenos días a Michu, su acompañante de piso. Prepara café con
leche desnatada y tostadas con margarina y mermelada de fresa light, y le sirve
a Michu su latita preferida de trucha y zanahoria. Su inseparable taza sabadeña,
que luce un patito amarillo, le acompañaría en la mesa. Hoy desayunaba en la
terraza. Al terminar le pareció buena idea furmarse un cigarro antes de
recoger. Hoy estaba contenta. Algo iba a cambiar.
¡Oh no! El lavavajillas
está limpio. No importa, luego lo recogerá. De camino a la habitación, en el
pasillo, encontró una pelusa que guardó en el bolsillo de su bata para luego
tirarla a la basura. Con un gran giro de muñeca retiró las sábanas y después
abrió la ventana para ventilar aquel olor a sueños.
Después abrió el
armario. Hoy le apetece algo deportivo. Unas mallas moradas, una camiseta de
tirante cruzado, su sudadera preferida y
las zapatillas nuevas. ¿Y el pelo? Una coleta bien alta que deje ver los
pendientes, y cacao en los labios tras lavarse los dientes. En marcha.
Hoy toca hacer una
buena compra. Los armarios están medio vacíos. Termina de echar un vistazo a la
lista de la compra y apunta un par de cosas más en ella. Vaya. El boli se ha
acabado.
¡Uy! Las bolsas. Ahora
sí. Cierra la puerta con llave y se dirige hacia el ascensor. Monta en su
coche, lo arranca y se pone las gafas de sol.
Mira el aparcamiento.
Hay mucha gente comprando. Coge una moneda de cincuenta céntimos de la cartera
con destino la ranura de un carro. Hoy llenaría más de una cesta. Emprende
su marcha por los pasillos recién fregados por esa máquina que parece una mezcla
entre un cambiador de bebés mecanizado y una barca a pedales y que maneja
alegremente uno de los trabajadores de la empresa como si galopase a lomos de Jolly Jumper, aquel caballo que decían era el más listo del mundo.
Añade varias cosas al
carro que no figuraban en la lista. Olvidó anotarlas pero son
necesarias. Dobló la esquina y de pronto allí se encontró con él, como cada dos
semanas. Julia no le quitaba ojo. Su corazón palpitaba cada vez más rápido. No
sabía qué hacer. ¿Le estaba sonriendo? A ella le parecía que sí. ¿Y si le
invita a casa? Está sola, tiene todo recogido y tiempo suficiente para preparar
la comida. Seguro que a Michu no le importa. Sí, decidido. Lo hizo. Le invitó.
Sólo espera no sentirse mal después.
Ya en casa. Deja las
bolsas en el suelo de la cocina y se dispone a encender el horno. ¿Cuál será el
menú de hoy Julia? Estaba plena. Se sentía feliz. Por fin se decidió a
invitarle a casa. Qué ganas de verle tranquilamente y sin pensar más que en
disfrutar de él. Solo le vé en el supermercado, sin arreglar.
Cuanto tarda. Había
quedado con él a las 14:30h. Ella ya estaba lista. La mesa preparada. No solía
beber pero compró una botella de vino
para la ocasión. Las 15:00h. Un sonido agudo e intermitente avisa de que Sir
Gallus está listo. Por fin. Los nervios de la espera merecerán la pena cuando
Julia deguste aquel plato con el que soñaba por las noches. A la mierda la
dieta. Tanto sufrimiento y jamás se valorará mi trabajo como se merece. Cuántos piensan
cada día como Julia. Será un secreto entre Michu, Sir Gallus y ella. Nadie de
la Agencia puede enterarse de esto. Será un secreto personal. Qué sería la vida
sin secretos, sin misterios, sin sigilo. Julia intenta autoconvencerse con
ayuda de Ralph Waldo Emerson. “La confianza en sí mismo es el primer secreto
del éxito”. Su éxito de hoy es haber disfrutado de un pollo asado con patatas
panaderas y un vino navarro que le llamó mucho la atención en el colmado donde
compró. Pero Julia no podría vivir en silencio. ¿Por qué ocultarlo? Todo
es compatible, sólo hay que encontrar la fórmula y querer buscarla.
Lo consiguió.
Seguramente volvería a repetir una escena así, pero esta vez con un bistec que
le hace ojitos desde la cámara de la carnicería. No quiere perderse aquellos
pequeños placeres con los que tanto disfruta y que se magnifican por las noches
para recordárselo. Todo el mundo debería aprender a valorar esos detalles. ¿Y tú?
¿A qué huelen tus sueños?

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