miércoles, 23 de abril de 2014

El vampiro que nunca pudo cambiar y el hada que creció hasta el infinito

Había una vez un hada amable al que todos querían. Siempre daba todo lo que tenía y ayudaba a los demás sin pedir nada a cambio.

Un día, mientras volaba entre las flores, encontró a un murciélago herido. El hada sin pensarlo fue a socorrerlo. Pasaron los días y el murciélago cada vez se sentía mejor, pero jamás dio las gracias.

El hada, aún con los golpes que la ingratitud le daba, nunca dejó de prestar su mano a quien la necesitase, pero poco a poco se iba apagando. El murciélago “chupa-sangre” le robaba ese carisma que lucía tan alegremente, pero de eso solo se daba cuenta su interior, sus sentimientos y su alma.

Todo acabó cuando el hada decidió poner fin a esa realidad. Un campo de amapolas le esperaba para empezar una nueva vida alejada de la negatividad, el inconformismo, la falta de educación y de cariño que aquel pobre murciélago desprendía.

Con los años, el murciélago logró acomodarse y ser un murciélago toda su vida. Jamás aprendió a valorar. Era tan temida su actitud que nadie se atrevía a corregirla por miedo al desprecio. El hada, sin embargo creció, recuperó su positivismo, recargó su energía y llenó a todos los que la querían de cariño y buenas sensaciones.


Así es. Que nadie agote tu energía. Que nadie robe tu positivismo. Que nadie controle tus sensaciones. 

Que la vida es un campo erial y tú decides que sembrar en él.

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