Había una vez un hada
amable al que todos querían. Siempre daba todo lo que tenía y ayudaba a los
demás sin pedir nada a cambio.
Un día, mientras volaba
entre las flores, encontró a un murciélago herido. El hada sin pensarlo fue a socorrerlo.
Pasaron los días y el murciélago cada vez se sentía mejor, pero jamás dio las gracias.
El hada, aún con los
golpes que la ingratitud le daba, nunca dejó de prestar su mano a quien la
necesitase, pero poco a poco se iba apagando. El murciélago “chupa-sangre” le
robaba ese carisma que lucía tan alegremente, pero de eso solo se daba cuenta su
interior, sus sentimientos y su alma.
Todo acabó cuando el
hada decidió poner fin a esa realidad. Un campo de amapolas le esperaba para
empezar una nueva vida alejada de la negatividad, el inconformismo, la falta de
educación y de cariño que aquel pobre murciélago desprendía.
Con los años, el
murciélago logró acomodarse y ser un murciélago toda su vida. Jamás aprendió a
valorar. Era tan temida su actitud que nadie se atrevía a corregirla por miedo
al desprecio. El hada, sin embargo creció, recuperó su positivismo, recargó su
energía y llenó a todos los que la querían de cariño y buenas sensaciones.
Así es. Que nadie
agote tu energía. Que nadie robe tu positivismo. Que nadie controle tus
sensaciones.
Que la vida es un campo erial y tú decides que sembrar en él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario