domingo, 27 de julio de 2014

Colaboración especial de un vergonzoso. “RUIDOS” Y LETRAS

Muchas veces hemos preguntado "¿te acuerdas de esa canción?" O hemos dicho, "qué bonita es esa letra", e incluso alguna vez te habrás relajado o habrás estudiado con música clásica.

La música es algo que atrae, que une a las personas y amansa a las fieras.

¿Y el que compone? Aquel que hace música plasma en ella sus sentimientos y sus emociones según el estado de ánimo. Como diría un buen amigo “son canciones hechas con las tripas para ser escuchadas con el corazón”. Dicen que todos los compositores tienen algo en común, el corazón roto. Yo me lo creo. Tanto sentimiento tiene que venir de alguna herida abierta.


¿Y el oyente? El que escucha música siempre se siente identificado con alguna letra o tienen una melodía especial que le hace sentir más que otras. Recordará una canción por siempre si esta suena durante una etapa especial de su vida. La identificará con el aquel momento tan importante, tan feliz, tan triste.

Hay veces que las letras muestran nuestra propia vida sin ser escritas por nosotros y eso demuestra que al fin y al cabo todo somos iguales, con diferentes valores pero mismos sufrimientos, mismas inquietudes buenas y malas.

A los oyentes. Nunca dejéis de escuchar música, nunca dejéis de emocionaros. Nos salva en momentos difíciles y hace que nos reconciliemos con nosotros mismos. Nos lleva al éxtasis de la diversión o de la calma.

A los que hacéis música. No dejéis de hacerlo. Es muy gratificante y satisfactorio crear un buen tema, sacar las sensaciones que llevas dentro y transformarlas en una melodía o una letra. ¡Es increíble! Es un estilo de vida. Es un sueño. Mi sueño.

Os invito a intentarlo. Haced música. Evadíos, viajad a otros mundos. Nunca es tarde para empezar.






Un amante de la música

domingo, 20 de julio de 2014

El arte, la lealtad y el respeto visten con cinturón.

Había que proteger a Sho Tai, el último rey de Okinawa. Los samuráis se acercaban lentamente como una masa de hierro fundiéndose en el horizonte. Estaban decididos a atacar. No había un primer golpe. No existía un primer ataque. Había que esperar. Había que proteger al último rey.

No hay armas. Aislados. Desterrados por el tercer shogun Tokugawa, Tokugawa lemitsu, que no abdicó. Nunca lo hizo. La necesidad de defensa de los indígenas de Ryukyu, de los pechi, de los samuráis de Okinawa, les llevó a crear un arte basado en la fuerza, la sabiduría y con cierta magia. Un arte que fusionó lo mejor de las Islas Te y el kenpo.

Secuencias de golpes de puños y patadas inundaron el valle. Posturas impecables, implacables, rígidas y astutas. La coordinación de respiración, equilibrio y espíritu. Giros de cadera que levantaban el polvo haciendo caer a sus adversarios como si de un golpe de katana se tratase. Y es que ese mismo golpe era el objetivo. Golpes vitales, luxaciones, inmovilizaciones. Contundentes. Sin piedad. Movimientos fríos y calculados.

Respeto. Eso ganaron en cada batalla.

La era Meiji afianzó este arte y lo potenció en las escuelas. Con la prefectura de Okinawa a principios del siglo XX (abolición de los Han), se estableció el tuidi como parte del programa de educación física, que tras la segunda guerra mundial pasaría a llamarse Karate Do, el camino de la mano vacía, la mano que emerge al vacío, al todo, al absoluto. Filosofía, física y técnica se mezclan.
Aparecieron variantes y destacadas figuras de cada una de ellas, Kanryo Higaonna (Naha-Te), Anko Hitosu (Shuri-Te) y Kosaku Matsumora (Tomari-Te). Cada una era especial, particular, tanto en la técnica como en la práctica, pero ninguna perdía la esencia.

─ Yo lo haré ─ dijo Gichin Funakoshi. ─ Llevaré el karate a cada rincón de Japón ─ Aprendiz de Asato Anko y Anko Itosu, dos de los discípulos de los maestros precursores, hizo la primera demostración pública de este arte.
Kyoto, 1917. La impresión de los japoneses se veía es sus caras. Entre los espectadores, el príncipe heredero Hirohito. Funakoshi vestía un karategi blanco. Parecía estar hecho de una tela ligera pero resistente. El uwagi dejaba ver su pecho. La solapa izquierda cubría a la derecha, una herencia feudal para portar la katana y poder desenvainar sin problemas; un Obi negro de alpaca lo ajustaba a la cintura dejando ver un zubon cómodo y por encima de los tobillos que no le impediría dar patadas imposibles.
Nadie lo conocía pero todos oyeron hablar de él. Jano Kano quiso conocerle, ayudarle, promocionarle, aprender. El maestro precursor del Judo consiguió que Funakoshi llegase lejos. Consiguió a su lado expandir el karate. En sus pensamientos la claridad, “el purgar de uno mismo los pensamientos egoístas y malos. Porque solo con la mente despejada y consciente puede uno entenderse, así como el conocimiento que recibe”.

¿Cuál es la diferencia entre un hombre del Do y un hombre insignificante? ─ preguntó un karateca a su sensei. ─ Cuando el hombre insignificante recibe el cinturón negro primer Dan, corre rápidamente a su casa gritando a todos el hecho. Después de recibir su segundo Dan, escala el techo de su casa, y lo grita a todos. Al obtener el tercer Dan, recorrerá la ciudad contándoselo a cuantas personas encuentre.─ respondió continuando ─ Un hombre del Do que recibe su primer Dan, inclinará su cabeza en señal de gratitud; después de recibir su segundo Dan, inclinará su cabeza y sus hombros; y al llegar al tercer Dan, se inclinará hasta la cintura, y en la calle, caminará junto a la pared, para pasar desapercibido. Cuanto más grande sea la experiencia, habilidad y potencia, mayor será también su prudencia y humildad.


Y es que Funakoshi creía en la humildad como base interior y exterior a la hora de percibir, entender, y aprender el karate.

Hoy en día hay muchos estilos, muchas variantes y ninguna pasa desapercibida.

Sin extenderme más, aunque podría hacerlo, quiero darles protagonismo con esta entrada a todos los karatecas españoles que siguen este arte, siempre en la sombra, y destacar a los equipos nacionales que nos representan allá a donde van con constancia, trabajo y lucha por bandera en el estilo Shito ryu (fundado por el maestro Kenwa Mabuni), una mezcla filosófica de "paz y ayuda" y de técnicas de corta y larga distancia. 

Un arte. Un trabajo.

lunes, 14 de julio de 2014

L’insinuation

Hacerlo ligeramente. Introducirse en al ánimo sin hacer mucho ruido. Dar a entender aisladamente los deseos dando pasos sin tocar el suelo. Magia. Oscuridad. Suspense.

Incertidumbre parcial que el cerebro no asimila como tal. Cree saberlo todo pero la imaginación manda. Nada es tan real como creemos. Nada es tan verdad como queremos. Como un cuadro sin terminar. Como una sombra. Como una nube que toma diferentes formas dependiendo de los ojos que la miren.

Morbo. Vicio. Masoquismo. Pérdida del control. El despertar del apetito más placentero. Un lenguaje innato que nadie enseña y todos sabemos. Creación de nuestro cerebro primitivo de reptil. Condescendencia obsesiva y excesiva.

Una caricia, una mirada, un olor, un sonido, un sabor. El rojo. El negro.

Una postura descontrolada, redondeada, que puede parecer obtusa, imposible y vergonzosa en una situación de calma.

Imaginación desordenada. Ideas masivas. Como un tubo de botella. Como una marabunta de hormigas migratorias que devoran todo lo que encuentran a su paso. Abusar. Pasar los límites hasta rozar la obscenidad. Perder el recato.

Arte milenario que esculpe la imaginación, las emociones, los sentimientos. Virtud de no tantos para disfrute de muchos.

Un juego de estrategia en el que el objetivo es buscar la sumisión del adversario, su rendición, la entrega propia de su cabeza, de su voluntad, de su persona. El control como si de una marioneta se tratase. La creación de unos hilos invisibles que sujetan las extremidades haciéndolas bailar a su antojo.

La necesidad de sentirse vivo. De pensar y mal pensar. De escuchar cierto tipo de música.