domingo, 20 de julio de 2014

El arte, la lealtad y el respeto visten con cinturón.

Había que proteger a Sho Tai, el último rey de Okinawa. Los samuráis se acercaban lentamente como una masa de hierro fundiéndose en el horizonte. Estaban decididos a atacar. No había un primer golpe. No existía un primer ataque. Había que esperar. Había que proteger al último rey.

No hay armas. Aislados. Desterrados por el tercer shogun Tokugawa, Tokugawa lemitsu, que no abdicó. Nunca lo hizo. La necesidad de defensa de los indígenas de Ryukyu, de los pechi, de los samuráis de Okinawa, les llevó a crear un arte basado en la fuerza, la sabiduría y con cierta magia. Un arte que fusionó lo mejor de las Islas Te y el kenpo.

Secuencias de golpes de puños y patadas inundaron el valle. Posturas impecables, implacables, rígidas y astutas. La coordinación de respiración, equilibrio y espíritu. Giros de cadera que levantaban el polvo haciendo caer a sus adversarios como si de un golpe de katana se tratase. Y es que ese mismo golpe era el objetivo. Golpes vitales, luxaciones, inmovilizaciones. Contundentes. Sin piedad. Movimientos fríos y calculados.

Respeto. Eso ganaron en cada batalla.

La era Meiji afianzó este arte y lo potenció en las escuelas. Con la prefectura de Okinawa a principios del siglo XX (abolición de los Han), se estableció el tuidi como parte del programa de educación física, que tras la segunda guerra mundial pasaría a llamarse Karate Do, el camino de la mano vacía, la mano que emerge al vacío, al todo, al absoluto. Filosofía, física y técnica se mezclan.
Aparecieron variantes y destacadas figuras de cada una de ellas, Kanryo Higaonna (Naha-Te), Anko Hitosu (Shuri-Te) y Kosaku Matsumora (Tomari-Te). Cada una era especial, particular, tanto en la técnica como en la práctica, pero ninguna perdía la esencia.

─ Yo lo haré ─ dijo Gichin Funakoshi. ─ Llevaré el karate a cada rincón de Japón ─ Aprendiz de Asato Anko y Anko Itosu, dos de los discípulos de los maestros precursores, hizo la primera demostración pública de este arte.
Kyoto, 1917. La impresión de los japoneses se veía es sus caras. Entre los espectadores, el príncipe heredero Hirohito. Funakoshi vestía un karategi blanco. Parecía estar hecho de una tela ligera pero resistente. El uwagi dejaba ver su pecho. La solapa izquierda cubría a la derecha, una herencia feudal para portar la katana y poder desenvainar sin problemas; un Obi negro de alpaca lo ajustaba a la cintura dejando ver un zubon cómodo y por encima de los tobillos que no le impediría dar patadas imposibles.
Nadie lo conocía pero todos oyeron hablar de él. Jano Kano quiso conocerle, ayudarle, promocionarle, aprender. El maestro precursor del Judo consiguió que Funakoshi llegase lejos. Consiguió a su lado expandir el karate. En sus pensamientos la claridad, “el purgar de uno mismo los pensamientos egoístas y malos. Porque solo con la mente despejada y consciente puede uno entenderse, así como el conocimiento que recibe”.

¿Cuál es la diferencia entre un hombre del Do y un hombre insignificante? ─ preguntó un karateca a su sensei. ─ Cuando el hombre insignificante recibe el cinturón negro primer Dan, corre rápidamente a su casa gritando a todos el hecho. Después de recibir su segundo Dan, escala el techo de su casa, y lo grita a todos. Al obtener el tercer Dan, recorrerá la ciudad contándoselo a cuantas personas encuentre.─ respondió continuando ─ Un hombre del Do que recibe su primer Dan, inclinará su cabeza en señal de gratitud; después de recibir su segundo Dan, inclinará su cabeza y sus hombros; y al llegar al tercer Dan, se inclinará hasta la cintura, y en la calle, caminará junto a la pared, para pasar desapercibido. Cuanto más grande sea la experiencia, habilidad y potencia, mayor será también su prudencia y humildad.


Y es que Funakoshi creía en la humildad como base interior y exterior a la hora de percibir, entender, y aprender el karate.

Hoy en día hay muchos estilos, muchas variantes y ninguna pasa desapercibida.

Sin extenderme más, aunque podría hacerlo, quiero darles protagonismo con esta entrada a todos los karatecas españoles que siguen este arte, siempre en la sombra, y destacar a los equipos nacionales que nos representan allá a donde van con constancia, trabajo y lucha por bandera en el estilo Shito ryu (fundado por el maestro Kenwa Mabuni), una mezcla filosófica de "paz y ayuda" y de técnicas de corta y larga distancia. 

Un arte. Un trabajo.

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